Relato , el zorro que se enamoró de la luna


Érase una vez un pequeño zorro al que le gustaba pasear y conocer todos los rincones del gran valle en donde vivía.

Paseaba de día y de noche, con viento, lluvia, sol…. No le importaba si estaba cansado o con mucho sueño, pues la maravilla de conocer nuevos paisajes era demasiado grande como para dejar de buscar.



Cierta noche, en uno de sus viajes, se encontró con un egocéntrico León, a quien le preguntó:

-          Discúlpeme Señor Leónidas, pero estoy en la búsqueda de algo especial…

-          ¿Algo especial como yo? – interrumpió del felino
-          Ehh, bueno, no la ver…
-          Pero yo soy especial, soy el rey de la selva y soy muy feroz – interrumpió nuevamente
-          Eso veo, usted es muy especial, pero yo ando en busca de otra cosa…
-          No creo que haya otra cosa más especial que yo… lamento decirlo – dijo un poco ofendido Leónidas.
-          Yo sé que usted es el más especial de los animales, pero yo ando en búsqueda de un paisaje… un hermoso paisaje que pueda visitar esta noche.
-          Claro que soy el más especial, además todo lo se…. Acércate, te diré un secreto.

El zorro se acercó al león y este le habló en su oído:

-          Si quieres conocer un lugar muy especial, desde punta de ese pequeño cerro debes bajar, para llegar al lugar tendrás que caminar y caminar, pero cuando lo veas, tus ojos no podrán parar de mirar.

-          ¡Yo quiero conocer el lugar! – exclamó y luego de despedirse partió raudo al lugar indicado.

Subió y bajó por las colinas indicadas, caminó más de 2000 pasos de zorro, y justo en el momento en que pensaba que el León lo había engañado, vio un pequeño, pero fuerte brillo… corrió a mayor velocidad, hasta que llegó a un enorme lago, del cual, los peces saltaban eufóricos y las aves volaban creando extrañas formas… pero lo que más le llamó la atención fue un enorme circulo blanco, que era lo que causaba el gran brillo… ese círculo era la luna.

 Cuando el zorro vio el reflejo de la Luna en las aguas limpias del lago, se enamoró de ella. Levantó la cabeza al cielo y la vio: era hermosa, redonda y luminosa y quiso hablarle. Pero la Luna estaba lejos, muy lejos.

Todas las noches iba al lago a contarle cosas, le hablaba y le hablaba, pensando en que tal vez, algún día  bajaría y se quedaría con él. Ella lo miraba, pero no podía escucharlo… en ocasiones se escondía tras las nubes intentando oír los susurros del animalito.

Nuestro pequeño amigo no podía más de las ganas de estar con la luna… fue así como decidió hablar nuevamente con Leónidas… 

-Señor Leónidas, necesito hacerle una pregunta…

- ¿Quieres hablar con el ser más sabio de la naturaleza?

- ehh... Pues… lo que…

          - Porque además de ser especial… ¡soy el más sabio!

        - Si, bueno, creo que me he enamorado de la luna… es… es tan hermosa…. – suspiró.

             - Oh, vaya, has llegado al animal correcto, pues también soy experto en amores… ven acércate.

El león era un buen animal, solo un poco egocéntrico, pero gustoso de ayudar a otros.

-          Si a la luna quieres llegar, la montaña más alta deberás escalar, y luego simplemente esperar.

El zorro le dio un abrazo de agradecimiento a su consejero y partió su camino, pero no fue fácil, pues cuando llegaba a la cima de una montaña, rápidamente aparecía otra de mayor altura… fueron varios días intentándolo… hasta que finalmente lo logró… estaba lo más cercano al cielo posible.

Esperó a que el sol decidiera descansar… a los pocos minutos la noche empezó a abrazar al hermoso valle, poco a poco su amada luna aparecía, y sin perder ni un segundo le dijo:

-          Luna, lunita, eres hermosa, llévame contigo, ya no quiero seguir vagando por el mundo, te encontré y quiero que estemos juntos por siempre.

La blanca señora no estaba acostumbrada a palabras de ese tipo, por lo que se sonrojó y le regaló una pequeña sonrisa de vuelta.
-          Dime que hago y lo haré…

-          ¡Salta! Se escuchó una familiar voz a sus espaldas, era su amigo Leónidas.

-          Pero no alcanzaré a llegar – replicó el enamorado zorro.
 -          ¡Salta! – volvió a insistir el león.


El zorrito no lo siguió dudando, solo cerró sus ojos y se lanzó. Su salto fue muy, muy grande, pero insuficiente, cuando estaba cayendo, la luna estiro sus brazos, lo tomó y lo acurrucó.

Ahí vive, hasta el día de hoy, nuestro feliz amigo.
Si pones atención cuando hay luna llena podrás ver que descansa feliz en los brazos de su amada luna.


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