
Cuenta una vieja leyenda mapuche, que por mucho tiempo el sol (Antú) y la luna (Cuyén), estuvieron muy enamorados. Recorrían el cielo, sonrientes... Miradas cómplices, sonrisas de amor iban y venían todo el día.
Por las noches observaban la tierra, tomaban sus manos y dormían abrazados hasta el amanecer.
Años y años pasaron y su amor parecía no decaer, todo lo contrario, aumentaba.
Cierto día, Antú pensó que era tanto el amor que sentía por Cuyén, que ya era hora de hablar con Dios (Nguenechen), para que los uniera por siempre, y así fue como una tarde de otoño le pidió matrimonio a su amada luna:

- Cuyén, hemos estado toda nuestra vida juntos, todos nuestros días, nuestras noches, y no puedo sentir otra cosa por ti que no sea amor…. Por esa razón… ¿te quieres casar conmigo?
Cuyén estaba feliz, no podía ver su existencia sin la presencia de Antú a su lado, y le dijo que sí..
- ¡SIIIII, acepto!
Nguenechen ¡feliz estaba!, recuerdan quienes asistieron a esa unión que la ceremonia fue una de las más hermosas que jamás se haya visto en la tierra, superando incluso al día en que los colores se unieron para formar el arcoíris.
Todo iba de maravillas, juntos de día, juntos de noche… tomados de la mano cuidando, iluminando y dando calor al pueblo mapuche.
Como Cuyén era de carácter suave y corazón tierno se hacía cargo de ayudar a las mujeres y niños, por el contrario Antú que era un poco más tosco, y se hizo cargo de las necesidades de los hombres.
Con el correr del tiempo, comenzaron a aparecer diferencias entre ambos, peleas, discusiones… y no era raro ver que el Antú, el sol, y Cuyén, luna, salían a horas distintas… hasta que finalmente decidieron separarse, y fue ahí cuando uno comenzó a salir solamente de día y Cuyén visitaba la tierra únicamente de noche.
Un día en que el sol calentaba la tierra y ayudaba a los hombres, a lo lejos divisó una hermosa doncella… tanto fue el enamoramiento del sol, que la tomó en sus manos, la llevó al cielo y suavemente la dejó el firmamento celestial, llamándola astro dorado, o Collipal en mapudungun, nosotros la conocemos como lucero, la estrella que aparece en el amanecer.
Los siglos pasaban, y Cuyén seguía pensando que algún día, algún día el amor entre ella y Antú volvería a ser como antes; infinito y grandioso… Fue por ello, que decidió una mañana, visitar a su antiguo amor… pero fue una muy mala idea… puesto que lo primero que vio fue a Antú y Collipai tomados de la mano, besándose, enamorados mirando sus reflejos en las nubes.
Cuyén, decepcionada y con mucha pena, comenzó a llorar… fueron días y días lágrimas, y tanto fue su llanto que las gotas que caían se sus ojos, golpeaban la tierra, La Mapu, acumulándose por montones, y fue así, gracias a esas lagrimas que se crearon los bellos lagos del sur de Chile.
Pasaron varias semanas hasta que dejo de llorar, y cuando lo hizo, vio lo hermoso de su creación, los hermosos lagos, y ahí fue cuando volvió a sentir felicidad.
Se cuenta que el sol aun recuerda el gran amor que sintió por la luna, amor que también lo hace llorar, pero no lo vemos, porque se oculta tras sus amigas las nubes.
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