Kasonkongá es la deidad Qom que tiene el poder del rayo.
Vive en el cielo. Creen que manda a formar las nubes, pide a la serpiente arco
iris que traiga los vientos a la tierra, castiga con granizo y, de tanto en
tanto, se presenta ante los hombres tomando forma de viejita o de oso
hormiguero.
Kasongongá es para los qom el rayo que cae a la tierra con
la fuerza destructora de la naturaleza. Pero también es una deidad benefactora
que, cuando se cruza con un indio, si este es obediente y cumplidor, le asegura
buena pesca y abundancia para el resto de su vida.
Dicen que una vez un qom estaba cazando en el monte para
llevar comida a su gente.
La tarde estaba tranquila, iluminada por los rayos del sol
que se colaban entre los árboles.
El qom avanzaba por el monte cuando de pronto escuchó un
gemido suave, largo, lastimoso. Se metió monte adentro para ver de qué se
trataba siguiendo ese sonido que cada vez se hacía más fuerte cuando se
encontró con un potai (oso hormiguero)
Inmediatamente, al estar frente a frente, le contó quién era
y cómo había quedado atrapado en el tronco de aquel árbol. Le pidió ayuda,
necesitaba liberarse y volver al cielo y solo un hombre que prendiera una
fogata en su nombre podría ayudarlo.
Al principio, al cazador le costó creerlo. Pero cuando lo
pensó un poquito mejor, recordó que la noche anterior se había desatado una
terrible tormenta y que era posible que un rayo hubiera caído con toda su
fuerza hasta que- dar atrapado en el tronco de un árbol.
Kasongongá le dijo que solo tenía que encender una gran
fogata y que él se encargaría del resto.
El cazador, obediente, juntó todas las ramitas y hojas secas
que pudo y armó una gran fogata. Cuando las llamas de la hoguera se elevaron en
lo alto, Kason- gongá comenzó a elevarse con el humo y desde lo alto le habló
al cazador de este modo:
—Ahora podés irte a tu casa. Rápido, porque en poco tiempo se desatará en el monte una gran tormenta. Para agradecerte lo que hiciste por mí, te pro- meto que nunca te faltará alimento y que serás un experto cazador.
Dicho esto, Kasongongá se confundió con el humo, se elevó al
cielo y desapareció. Tal como lo había anunciado, empezó a llover fuerte en el
monte. Los relámpagos iluminaban la noche. El Rayo estaba festejando el regreso
a su casa.
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