
Rubichá Tacú tenía una hija, Morotí (Blanca), joven y bella pero orgullosa y coqueta, novia de Pitá (Rojo), el guerrero más valiente de la tribu.
Morotí y Pitá se querían mucho; pero el diablo, envidioso de la felicidad de los jóvenes, convencio a la india de una muy mala idea.
Cierto día, al caer la tarde, paseando por la orilla del río con otras doncellas, Morotí vio a Pitá que, en compañía de varios guerreros, se ejercitaba con el arco y las flechas.
Para demostrar a sus amigas cuánto la amaba Pitá y cómo satisfacía todos sus caprichos, arrojó su brazalete al fondo del rio, presumiendo que el gran amor que sentía el joven guerrero por ella, lo haría sacar su brazalete desde aquellas aguas.
Una de sus amigas intentó convencerla de no hacerlo, pues era muy peligroso y su enamorado podía morir en el intento.
Morotí rio burlescamente, estaba segura de que el mejor guerrero de la tribu, regresaría con el brazalete en muy poco tiempo. Fue entonces, que pidió a su amado, que sacara la preciada joya que había arrojado al rio.
Pitá, que quería mucho a su novia y la complacía siempre, se arrojó al agua seguro de volver, satisfaciendo así una vez más a su hermosa Morotí... Pero sucedió que los que quedaron en la orilla esperando ansiosos la vuelta de Pitá, empezaron a impacientarse, pues éste no volvía... ¿Qué podría haberle sucedido? ¿Habría quedado enredado entre las raíces de alguna planta? ¿Estaría herido?...
La bella mujer comenzó a sentirse culpable, y con los ojos llorosos, pidió que trajeran a Pegcoé, el hechicero, solo el seria capaz de ver lo que había pasado con Pitá.
Cuando el brujo llegó a la orilla del lago, todos los presentes guardaron silencio, esperando sus sabias palabras, y luego de mirar las profundas aguas del rio, dijo:
: — ¡Ya lo veo...! ¡Es él..., Pitá! ¡Está con I-Cuñá-Payé (hechicera de las aguas) en su hermoso palacio de oro y piedras preciosas!... ¡La Dueña de las Aguas quiere que se quede, y para ello le ofrece todas sus riquezas...! Pitá parece aceptar... . ¡Y tú, Morotí, por tu orgullo y tu coquetería eres la única culpable de la pérdida de nuestro mejor guerrero! —
La joven lloraba desconsolada, arrepentida de todo… pidió al brujo le mostrará lo que debía hacer para rescatar al joven Pitá.
Debes arrojarte al Paraná y traerlo tú misma a la superficie. ¡Tú debes arrancarlo del poder de la Dueña de las Aguas! – le respondio el viejoCon una valentía pocas veces vista en ella, se arrojó a las aguas, que se abrieron para dejar pasar a la coqueta y orgullosa joven que, muy arrepentida, iba a salvar a su novio del poder de la Hechicera de las Aguas.
Toda la noche debieron esperar el regreso de los jóvenes. Se encendieron fuegos y se danzó a su alrededor para invocar a Tupá (Dios) y ahuyentar los malos espíritus. Los ancianos hacían conjuros vencedores del mal. Los guerreros y las doncellas bailaban danzas sagradas...
Ya amanecía cuando fue nuevamente consultado el Hechicero, que seguía fijamente Mirando las aguas, hasta que en un momento apuntó hacia el fondo del rio y dijo:
— ¡Ya se han encontrado! ¡Morotí ha salvado a Pitá! ¡Ya vuelven abrazados a la superficie! ¡Ya vuelven!
En ese mismo instante, atónitos y maravillados, vieron aparecer en la superficie Del agua una hermosa flor de pétalos rojos y blancos. ¡Eran Morotí y Pitá que, así transformados, ofrecían al mundo su belleza y su perfume como símbolos de amor y arrepentimiento..
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