Puedes escuchar y ver esta linda historia en video, haciendo clic en el siguiente enlace: El origen del Pewén (serás redirigido a Youtube)
Cuentan los que saben, que, en esa epoca, el frio y la nieve parecían haberse ensañado con este pueblo
, y mientras lentamente pasaban los días, poco a poco, comenzaban a agotarse los recursos: los ríos estaban congelados, los pájaros y animales habían emigrado a lugares más cálidos, las hierbas se morían al no poder soportar los helados días, y los árboles, sin hojas que mostrar, esperaban la primavera para volver a florecer y entregar sus frutos.
Es decir, los pehuenche, ya no tenían mucho para comer, y si bien algunos fuertes y valientes resistían, otros, los más débiles, comenzaban a caer.
Se decía, en esos tiempos, que Nguenechen, el espíritu protector, no escuchaba las plegarias, él, al igual que el sol, parecía estar dormido.
Cierto día, y viendo que el invierno parecía quedarse eternamente en ese lugar, el Lonko, el jefe de la comunidad, pensó que ya era hora de hacer algo, de lo contrario, nadie sobreviviría al terminar ese inhumano invierno, así que, intentando ganar un algo de tiempo, decidió que los jóvenes partieran en busca de alimento por todas las regiones vecinas.
Cuentan, que Entre aquellos muchos que partieron había un valiente y ansioso muchacho, él estaba esperanzado de que volvería pronto con provisiones, y un camino para volver una y otra vez por más alimento… sin embargo, lamentablemente comenzó a recorrer una región de montañas arenosas y áridas, barridas por el viento, ni rastro de comida y agua había en ese lugar. Caminó sin suerte varios días, y la esperanza de volver con alimentos se desvanecía, se desvanecía tal cual como el agua en ese caluroso lugar… hasta que, finalmente, ya sin provisiones ni fuerzas para continuar su búsqueda, decidió regresar con los suyos, en el fondo de su corazón, albergaba la esperanza de que alguno de los otros jóvenes hubiera tenido mejor suerte que él.
Pero eso no fue así, pues alguien tenía otros planes con este joven pehuenche.
Cuando volvió a abrir los ojos, su sorpresa fue mayor, vio que, a su lado, un extraño anciano intentaba cuidadosamente darle comida y agua, y con ese generoso acto, salvando la vida del agotado joven.
Cuando las energías volvieron a su cuerpo, ambos se pusieron de pie, y comenzaron a caminar.
Caminaron juntos por varios minutos, el joven, agradecido, le contó sobre su misión, sobre la tristeza que sentía de saber que su pueblo, talvez, moría de hambre, de que, quizás, jamás volvería a ver a sus seres queridos
El viejo lo miró intrigado y le preguntó:
- ¿acaso No son suficientemente buenos para ustedes los piñones?, cuando caen del pehuén ya están maduros, y con una sola piña se alimenta a una familia entera.
El muchacho aún más sorprendido, le contestó que siempre habían creído que Nguenechen prohibía comerlos por ser venenosos y que, además, eran muy duros.
Entonces el viejo le explicó que era necesario hervir los piñones en mucha agua o, simplemente tostarlos al fuego.
Apenas le hubo dado estas indicaciones, el anciano se alejó y el joven volvió a encontrarse solo.
Mientras caminaba a paso acelerado, pensaba en lo que había escuchado y apenas llegó al bosque, buscó bajo los árboles y guardó en su manto todos los frutos que encontró.
Cuando llegó con su gente, su alegría fue enorme al verlos aún con vida, débiles, pero con la esperanza de llevar en sus manos algo que les devolvería energía a sus cuerpos.
Rápido Llevo los piñones ante el Lonko y le contó las instrucciones del anciano.
El jefe escuchó atentamente al joven; se quedó un rato en silencio y finalmente dijo:
Ese viejo no puede ser otro que Nguenechen, que bajó una vez más para salvarnos. Vamos, no desperdiciemos este generoso regalo que nos hace.
La tribu entera participó de los preparativos de la comida. Muchos salieron a buscar más piñones; se acarreó el agua y se encendió el fuego. Luego, tostaron, hirvieron y comieron los piñones que habían recogido. Fue una fiesta inolvidable.
Se dice que, desde ese día, los mapuche que viven junto al árbol del pehuén y que se llaman a sí mismos pehuenche, nunca más pasaron hambre y respetan ese sagrado árbol, el que les brinda alimento desde aquellos lejanos tiempos, hasta nuestros mismísimos días.
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