Dicen que esta mujer no molestaba a nadie, vivía tranquila, únicamente en la compañía que la brindaba aquel extraño gato al que consideraba prácticamente su hijo.
La vieja pasaba sus días entre tierra, semillas y agua.
Sembrando y cosechando, cosechando y volviendo a sembrar abundantes papas sin parar.
Era tan buena en lo que hacía, tan buena, que algunos, quizás llenos de envidia, cuentan, o más bien, contaban que ella usaba brujería para hacer crecer sus papas, pues, mientras los demás sacaban papas agusanadas, pequeñas o de mal sabor, ella siempre cosechaba las mejores papas de todo el pueblo.
Y cuando digo las mejores, no creas que estoy exagerando, esas papas eran simplemente LAS MEJORES.
La gente hablaba cosas, bueno, como siempre, pero nadie se atrevía a decirle nada por miedo a ser víctimas de un hechizo o de alguna brujería.
Y resulta que, cierto año, en tiempos de cosecha, la vieja, como siempre estaba muy contenta,
pues, ella sabía que, como cada temporada, obtendría hermosas y abundantes papas.
Y no se equivocó.
La cosecha del primer día fue simplemente grandiosa, papas brillantes y gigantes como jamás se vieron, y jamás, jamás se verán.
Trabajó todo el día, estaba contenta al ver el fruto de su trabajo, y fue acumulando poco a poco las papas en un rincón de su casa, en su chacra, y ya en la noche, presa del cansancio, satisfecha se fue a dormir junto a su querido gato.
En eso estaban, durmiendo profundamente, cuando se pronto sin que ella lo esperara ni siquiera lo soñara, un enorme y atrevido sapo, aprovechando la radiante luz que le brindaba la luna, fue a donde se encontraban amontonadas las papas, y allí escogió la mejor de todas y se puso enseguida a comerla.
Cuando el sapo había comido ya más o menos la mitad de la papa, el gato se despertó, y al ver a aquel goloso sapo masticando sin parar aquella papa , comenzó a maullar fuertemente para despertar a la vieja mujer, quien de un salto se levantó y fue a ver el origen de aquel inquietante maullido.
Al divisar que alguien arruinaba sus papas, se acercó, y viendo de lo que se trataba, como era medio bruja, con enorme ira le echó una terrible maldición al sapo, .
Uno de esos vientos fue lo que se llevó consigo al pobre sapo, quien, arrepentido fue arrastrado por muchos kilómetros, hasta que finalmente se quedó colgado en lo más alto de una inmensa peña.
Cuando el viento se calmó, el sapo, creyéndose victorioso, comenzó a buscar un camino a la casa de la vieja, pero… pero mientras echaba un vistazo al lugar, sus patas se congelaron, su barriga se endureció, su cabeza dejo de moverse hasta quedar totalmente convertido en piedra.
La maldición de la anciana funcionó.
Hasta el día de hoy se puede ver a aquel enorme sapo, quien arrepentido mira el lindo paisaje que lorodea en aquel lugar, recordando por el resto de la eternidad el delicioso sabor del que fue su último, su último alimento.
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