En la mitología chiriguana dos dioses gobiernan el mundo. Tumpaete, el dios que simboliza y representa el bien, y su opuesto: el mal, Aguaratumpa.
Los dos viven en una constante lucha, una eterna batalla que durará, probablemente hasta el fin de los tiempos.
Y ocurrió que en tiempos antiguos, en aquellos tiempos viejos rasgados por los siglos, que Aguara-tumpa celoso de Tumpaete por el hombre que este había creado y del cual era protector, decidió cierto día provocar un enorme incendio, tan feroz, tan hambriento, tan lleno de ira y resentimiento, que arrasó con todo lo que se le cruzaba en su camino, convirtió en ceniza los campos, quemó los pastizales y los bosques de la raza chiriguana desaparecieron completamente, exterminando de esta manera a todos los animales que allí vivan.
Los chiriguanos, impotentes pidieron ayuda a su Dios, Tumpaete.
Tumpaete les aconsejó que trasladaran sus caseríos a las orillas del río y que allí sembraran maíz.
Mientras este valioso alimento madurara, podrían alimentarse de los abundantes peces que vivían en esas aguas.
Y así lo hicieron, por un corto tiempo, pareció todo volver a estar tranquilo, sin embargo, Aguara-tumpa viéndose burlado en su afán destructor, hizo caer desde los cielos abundantes y espesas aguas torrenciales con el único propósito de inundar la chiriguanía.
Nuevamente el dios Tumpaete habló a sus hijos:
— Está decidido que todos ustedes morirán ahogados. para salvar la raza chiriguana deben buscar un mate gigante y dentro de él meter dos niños, un macho y una hembra, "hijos de una misma mujer", escogidos entre los más fuertes y perfectos. Ellos serán el tronco en que florecerá la nueva raza chiriguana.
Los chiriguanos, como siempre, obedecieron a su dios.
Cuando aún las lluvias no cubrían toda la tierra, metieron dentro del mate a los dos niños, tal cual como Tumpaete les había pedido.El agua caía torrencial desde los cielos, tan furiosa como la mismísima rabia de aguara-tumpa.
Y no dejo de llover por muchas, muchas lunas.
Se dice que todos los chiriguanos murieron, todos excepto los dos niños que seguros flotaban en aquel gigante mate.
la lluvia solo cesó cuando Aguara-tumpa creyó que había desaparecido toda la raza chiriguana y él finalmente podría ser el dueño de la tierra.
La pareja vagó mucho tiempo en busca de alimentos. Caminaban de un lado a otro y el hambre comenzaba a debilitarlos.
Tumpaete nuevamente les habló:
Hijos mios, es hora de buscar el Cururu, un buen amigo del hombre. él les proporcionará el fuego para cocinar los pescados que están al alcance de sus manos.
Vayan, búsquenlo, no pierdan más tiempo.
Los niños caminaron por mucho, mucho rato, hasta que su sacrificio tuvo recompensa… en una enorme roca encontraron a Cururu, un gigantesco sapo quien los esperaba desde hace ya varios días.
Este enorme sapo, guardaba en su boca brasas encendidas, las que mantenía vivas con su respiración, y cuando vio a los niños se las entregó a ellos, de esa forma, los niños pudieron asar los pescados, que entonces eran abundantes por las torrenciales y largas lluvias pasadas.
Cururu les contó que cuando empezaron las lluvias, por mandato de Tumpaete, él se introdujo dentro de la tierra llevando el sagrado fuego en su boca.
Gracias a ese fuego los niños tuvieron alimento y sobrevivieron
Y así pasaron los años, Los dos hermanos fueron creciendo hasta que tuvieron la edad competente para tener hijos.
De esa pareja nuevamente se multiplicaron los chiriguanos y formaron un pueblo robusto, bello y perfecto.
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